Como muchos de los orígenes, la historia se remonta a la época de la Grecia antigua. Los griegos tenían como costumbre ofrecer dulces a la diosa de la Luna, Artemisa, el sexto día de cada mes, puesto que los cumpleaños de las deidades griegas se celebraban con carácter mensual. En cuanto a los mortales, los cumpleaños de las mujeres y los niños se consideraban indignos de celebrarse, pero el cabeza de familia se conmemoraba con un banquete.
Los pasteles que ofrecian a la diosa estaban hechos con miel y tenían forma redonda representando la Luna llena. Sobre éstos, se encendían unos cirios que simulaban el brillo de nuestro satélite. Los fieles acudían al templo de Artemisa con los pasteles, soplando los cirios tras formular un deseo para que el humo lo transportara hasta la diosa para que pudiera hacerlos realidad.
Esta tradición de apagar las velas estuvo durante un breve periodo de tiempo y no resurgió hasta la Edad Media, gracias a campesinos del Sacro Imperio Germánico, que introdujeron un nuevo tipo de celebración para los niños, llamada Kinderfeste, donde el niño que cumplía años era despertado por la llegada de un pastel coronado con velas encendidas. Estas velas se cambiaban y se mantenían encendidas durante todo el día, hasta que, después de la comida familiar, se despachaba el pastel. El número de velas era igual al de los años que cumplía el niño, más una, que representaba la "luz de la vida".
Fuente: http://www.tinet.cat
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