Lo que hoy conocemos como un apetitoso cóctel, el Bloody Mary tuvo su origen en una historia para no dormir de la familia aristocrática británica del Siglo XVI.
Hija de Enrique VIII de Inglaterra (1491-1547) y Catalina de Aragón, María Tudor tuvo que sufrir la desgracia de su madre, que fue sustituida en el trono por su dama de honor Ana Bolena, nueva reina de Inglaterra. Cuando nació la hija de ésta última, la que iba a ser Isabel I (1533), su madre Ana expulsó de la corte a María, que además tuvo que reconocer incluso su nacimiento como ilegítimo. Pero María Tudor llegó a suceder a Eduardo VI (1537-1553), hijo de Enrique VIII y de Juana Seymour. Ésta a su vez había sucedido a Ana Bolena, condenada a muerte por adulterio (1536) por un tribunal presidido por su propio padre.
El matrimonio de Maria Tudor con Felipe II, rey de España, provocó una rebelión que dio lugar a un endurecimiento del régimen. María impuso el catolicismo, encarceló a Isabel en la torre de Londres y persiguió a los protestantes. Todo ello no se logró sin un gran derramamiento de sangre, lo que le valió a María el sobrenombre de Bloody Mary (María la sangrienta). El célebre cóctel a base de vodka y zumo de tomate tomo así, por afinidad de color, el sobrenombre de María Tudor, llamada también María la Católica.
A la muerte de María Tudor (1558), Isabel se tomó la revancha. Repudiada tras la muerte de su madre Ana Bolena, Isabel accedió al trono de Inlgaterra con el nombre de Isabel I, marcando su ascensión al trono con un gesto fuerte: el restablecimiento de la Iglesia anglicana.
Siglos después, en todo el mundo se bebía el Bloody Mary. ¿Para honrar la memoria de los protestantes muertos o para celebrar la desaparición de la sanguinaria? Sobre esto no hay datos históricos.
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