Fruto de una meticulosa selección, un caballo purasangre debe tener por lo menos un antepasado común entre los 3 sementales a los que se considera fundadores de la raza.
Todo empezó en Inglaterra a finales del siglo XVII. En esa época, las primeras carreras de caballos levantaban pasiones. Los británicos se volcaban en esa nueva disciplina que combina hábilmente el tecnicismo del deporte con la magia del espectáculo, y todo ello en un ambiente propicio para la frivolidad mundana, a la exhibición de la fortuna y al incentivo de una ganancia fácil. Criadores, aristócratas y apostantes olieron el filón. Pero para que el espectáculo fuera rentable, convenía mejorar sin cesar la calidad de los animales que competían. El objetivo era correr cada vez más deprisa con caballos a la vez más ligeros y potentes.
Desde hacía varias décadas, los ingleses ya habían empezado a mejorar algunas razas locales importando reproductores orientales. Sin embargo, la explosión de las carreras desembocó en un proceso riguroso. Los metódicos criadores británicos seleccionaron a los mejores elementos de su propia cabaña y después los cruzaron con caballos de raza árabe, que eran más finos y a la vez más resistentes. Los tres sementales orientales que constituyen la base de esa nueva raza de caballos llamados purasangre fueron importados hacia Gran Bretaña entre 1683 y 1728 y se llamaban Byerley Turk, Darley Arabian y Godolphin Arabian.
Desde entonces, a principios del siglo XVIII, dejaron de utilizar la aportación de los sementales árabes que habían contribuido a estabilizar la raza. Los productos de los sucesivos cruces se cruzaron entre sí para dar lugar a caballos cuyos descendientes serían los más rápidos del mundo. Pero la efervescencia se adueñó de las cuadras y hubo que reglamentar con precisión el proceso que certificaba la pertenencia a la raza purasangre, lo que los ingleses denominaron thoroughbred, es decir, criados en la pureza.
Los datos relativos a los orígenes de la nueva raza se recogieron en un registro oficial por primera vez en 1808, en el célebre General Stud Book.
Un caballo purasangre debe ser hijo de un padre y una madre certificados ambos como thoroughbred. Creada para la carrera, lisa o de obstáculos, la raza purasangre triunfa en los hipódromos de todo el mundo. Algunos raros ejemplares se distinguen en otras especialidades, como la doma o los concursos hípicos, dos disciplinas en las que estos caballos no suelen brillar por su fragilidad nerviosa e incluso por una gran inestabilidad debida a los cruces entre consanguíneos.
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